La mañana del 3 de abril comenzó con un
firmamento nublado, pero, para el momento en que se anunció la primera estación
del Viacrucis pasadas las 10 a.m., pareciera que el mismo cielo se hubiese
abierto para bañar la Catedral en un manto de luz dorada. Jesús es condenado a muerte. La
representación de los últimos momentos de la vida de Jesús de Nazaret comienza
en el atrio de la Basílica de la Inmaculada Concepción. El hermoso estilo
arquitectónico barroco sirve como fondo ante la horrible dramatización del
sufrimiento de un hombre, siendo azotado continuamente, a la vez que lleva
sobre sus hombros una imponente estructura de madera. Jesús carga la cruz. Los cientos de personas reunidas en el lugar
miraban en silencio.
La
multitud reza un padrenuestro y un avemaría, mientras el sacerdote guía las
oraciones. El Jesús del pueblo continúa su camino, tolerando los insultos y
azotes por parte de los soldados romanos. Jesús cae por primera vez. La multitud
suelta un suspiro, los soldados continúan con sus gritos. “¡Apúrate!”, “¡No
tenemos tiempo!”. El calor va en aumento, y se puede observar al hombre
empapado en sudor, levantándose para continuar su camino con la cruz sobre sus
hombros.
La multitud va abriendo paso mientras continúa la
ceremonia, permitiendo pasar a los actores, hasta el punto en que abandonan la
iglesia y comienza el trayecto a través de una de sus calles aledañas. Jesús encuentra a su madre, María. La emoción
en muchos de los feligreses es palpable, la atmósfera densa con sentimientos de
tristeza y conmoción. Se repiten el padrenuestro y el avemaría, como se ha
venido haciendo en cada una de las estaciones de la cruz, cada vez con más
entrega y convicción por parte de los presentes. Pasan la quinta, la sexta
estación, y el solemne recorrido continúa bajo el fuerte azote de los látigos y
el aún más fuerte azote del sol.
El
joven, ataviado en su túnica blanca y portando en su cabeza la tradicional
corona de espinas, continúa caminando, notándose cada vez más agotado. Han
pasado ya cuarenta y cinco minutos desde el inicio, y se prepara para dar
vuelta en la esquina entre la Catedral y el Palacio Municipal, para regresar al
atrio de la iglesia. Jesús cae por
segunda vez. Los gritos y azotes de los escoltas de Jesús se
intensifican. Con la ayuda de una bondadosa mujer, y con todo el dolor del
mundo, el hombre se pone de pie de nuevo, ante las caras consternadas de gran
parte de la multitud.
Es
en este momento cuando un par de muchachos, armados con micrófono y guitarra,
comienzan a entonar un hermoso himno religioso que contrasta bastante con la
desolada escena frente a ellos. Posteriormente, el sacerdote que ha ido orando
a la cabeza del grupo tomó el micrófono para dirigirse al grupo de creyentes
reunidos ahí, que para ese momento ya había crecido a lo que parecía miles. Su
discurso consistió en un esperanzador sermón sobre ayudar al prójimo. “Si Jesús
mostró su mejor cara a aquellos que lo torturaron, todos nosotros podemos
también hacer lo mismo cuando uno de nuestros hermanos necesita ayuda”. Después
de esto, Jesús, seguido por toda la multitud, ingresó al atrio de la iglesia,
esta vez por la entrada trasera. Había llegado el momento de la crucifixión.
Jesús cae por
tercera vez. Se le despoja de sus vestiduras, recibe más azotes
y se le deja tirado en el caliente piso de concreto. El resto de la ceremonia,
las estaciones de la décima a la decimoquinta, transcurren de manera continua,
como el último acto de una obra de teatro. Jesús es acompañado por otros dos
criminales, quienes son crucificados antes que él.
Cuando
llega el momento, el hombre es montado en la cruz en medio de los otros dos,
entre gritos y burlas de los romanos y fariseos. Jesús es clavado en la cruz. “Si
realmente eres el hijo de Dios, ¡Sálvate a ti mismo!”, “¿No que eras el
Mesías?”, “¡Esto te pasa por decir locuras!”. Los gritos y reproches vienen de
todos lados, y después de un rato el hombre en la cruz de en medio ya no puede
soportarlo más. “Todo está cumplido… Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu”. Jesús muere en la cruz.
Hay
un momento de silencio, seguido por efectos de sonido de truenos y relámpagos.
Los soldados, vestidos en sus brillantes capas rojas, sienten un terremoto y se
dan cuenta de lo que han hecho. María recoge el cuerpo de su hijo. Jesús es sepultado. De repente,
otra canción comienza, la música se queda en el aire mientras el público
reflexiona sobre lo que acaba de observar. La canción termina y la ceremonia
llega a su fin, con la multitud esparciéndose, en preparación para el día en
que su Mesías habrá de regresar. Jesús
resucita de entre los muertos.
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