Mucho antes de que
los ordenadores y aparatos móviles se interconectaran en esta red infinita de
transmisión de información hiperespacial e hipertemporal, el hombre podía conectarse
con el resto del mundo, con la Tierra, la cultura, el arte, la política; al
principio estuvo dicho: con el resto del mundo.
La historia de uno es la historia de
todo. Así lo vemos en el documental La
Sal de la Tierra, producido por Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado a
través de Decia Films, el cual recoge la vida y obra de Sabastião Salgado,
padre de Juliano y célebre fotógrafo brasileño, en su búsqueda por retratar la
realidad de la mayor parte de la población mundial; la población que vive en el
eje de la pobreza.
Con una narrativa sin estructura
cronológica, sino más bien inducida en su exploración por la relevancia de la
participación del propio Sabastião, Wim y Juliano van explorando en las
memorias que ellos mismos exponen al fotógrafo; así, como enfrentándolo a su
obra, proyectan cada pieza de su obra fotográfica y contraponen su rostro para
provocarnos a nosotros mismos a escrutar en el mismo las evidencias de
reacciones que ella produce en Salgado. Se conmueve, jamás demasiado, sino prudentemente
con el recuento de sí mismo.
De un pequeño rancho en Aymores,
Minas Greias en Brasil, Sebastião salió a São Paulo para matricularse como
economista, de donde partió junto a su esposa Léyla, hacia París huyendo de la
persecución política de la dictadura de Tancredo Neves.
En París nace su pasión por la
fotografía, la cual le llevaría a regresar a América Latina a realizar la
captura fotográfica de las bellezas naturales y la documentación de nuestras
poblaciones para múltiples agencias, entre ellas la internacional Magnum Photos
antes de crear Amazonas Images en 1994.
Así inició la larga trayectoria que
le valdría el premio Príncipe de Asturias en 1998 y una serie de galardones de
la disciplina. La de Salgado es una vida común para cualquier latinoamericano,
y sin embargo tiene una belleza excepcional.
Con una intuición que aborda de
forma crítica y, a la vez, tan sensible la realidad de la miseria humana desde
la segunda mitad del siglo XX; no podemos más que conmovernos mientras vemos las
huellas de la época que nos trajo acá.
Es una vida bella porque es la
historia del expatriado cuando vive lejos del hogar, de la familia, del idioma
y las costumbres, el que regresa después de buscar su propia patria en las
ajenas, en las huellas del infinito andar por tanto camino en medio de tanta
dicha y tanta tristeza. Porque es la vida del contraste que debe dejarse atrás
porque jamás puede uno desprenderse de la vida que le ha tocado.
La vida esta, y todas, termina
siendo bella porque algo muere del mundo cuando muere cualquiera de nosotros;
una pieza que falta, una oración que no termina de entenderse.
Así sin más, termina este viaje, con
una invitación a iniciar uno nuevo, ahí donde se quedó mi intención al comenzar
esta reseña, donde comienza y termina toda la historia en La Sal de la Tierra.
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