El Guerrero del mar, y nosotros, fabricantes de tsunamis.

Freud sostenía que las adversidades insuperables del hombre eran, en primer lugar, nuestra condición humana –principalmente nuestra mortalidad-; en segundo plano se encontraba la fuerza de la naturaleza que nos somete a su capricho; y en un tercer escalón, nuestra necesidad por formar parte del cuerpo social y sus relaciones. Todo esto lo demuestra la última obra del escritor mazatleco Juan José Rodríguez, Guerrero del mar y el fabricante de tsunamis, publicada por la Ediciones B en su línea juvenil Antisocial.

            Rodríguez, uno de los mejores y más prolíficos autores oriundos de Sinaloa, se vuelca hacia lo que él considera sus orígenes -el género del cómic- en una historia que puede resultar más real de lo que su ficción puede ostentar.

Tomando una problemática global e histórica, como lo es el cuidado ambiental y la conservación de nuestros recursos naturales, la obra narra los esfuerzos por un par de guerreros ecologistas que con la asistencia de biólogos especializados tratan de resolver el misterio detrás de una serie de tsunamis que azotan a la Tierra sólo para descubrir que todo forma parte de un –Oh, realmente siniestro plan- elaborado por un adversario conocido solamente como “Kalibán”.

            Sí, una trama de cómic, pero con alcances mucho más profundos que tratan de poner el punto sobre las íes del destino que una nueva generación debe heredar –sí o sí- y de las responsabilidades que nosotros ya hemos abandonado. Y es precisamente el punto fuerte de esta obra. Sin menospreciar el arte de Abraham Balcázar, becario del FONCA como parte del programa Jóvenes Creadores y miembro del colectivo Hysterical Minds, ni la trayectoria de Juan José Rodríguez, quien ya fue ganador del Gilberto Owen y el Premio Mazatlán de Literatura, ésta obra gusta de un valor adquirido que es, irónicamente, el gusto por narrar con un dulce remanente de sentido social.

            Su forma, aunque amena, atina en dejar de condescender a un público que no puede permitirse ser ignorado ni tratado a medias tintas. Ya lo había criticado Rodolfo Camacho en su artículo Día Mundial del Agua y la mentira de la conservación en Mazatlán: “…cubetazos de agua y chorros de manguera a diestra y siniestra continúan formando parte de la cultura mazatleca”.

            La cultura no es sólo libros, sino un entramado de formas en que nos relacionamos y actuamos en sociedad. Los libros son simplemente agentes de cambio y, curiosamente, quizá nuestra única salvación ante la extinción.

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